Las piezas de María Cerdá Acebrón aquí reunidas tienen detrás un proceso casi diríamos de cocción lenta. Y utilizo la palabra cocción por una razón muy puntual: están hechas con fuego, pero no el que sale de un horno, sino el fuego más poderoso que puede haber: el del sol. Así, estos collages coloridos emplean papeles que, como fotografías primitivas, están pintados, o despintados, gracias a los trazos que el calor y la luz de la mañana les otorgan. Es decir que son fotografías sin cámara, pero también pinturas hechas a partir de las capas y densidades que se producen al paso de los días sobre el papel. Al mismo tiempo, son dibujos; esculturas cromáticas de grosor moderado; relieves en papel; pequeñas maquetas utópicas; ejercicios de equilibrio azaroso; códigos secretos a partir de un alfabeto “robado o encontrado” en las calles de Marsella del cual María se apropió; rompecabezas inestables; escenografías minúsculas de un teatro desconocido; notaciones de una danza de fragmentos de color; geografías inconstantes; lagunas mentales. Tienen que ver también con las sombras de los árboles que María ve desde su casa; una colaboración hecha con las ventanas, que ofrecen soporte a esas cartulinas que semana tras semana llenan los huecos, intercambiando el paisaje de afuera por uno nuevo, en transformación perpetua. Una suerte de diario de luces y sombras de los dos últimos años. Aquí lo que interesa es el proceso. Ver pasar el tiempo. Ver quemar el tiempo. Las formas no existen de antemano, van apareciendo, van entrando en la materia al ritmo de una sombra que atraviesa el mediodía. Desplazar la mirada del piso al sol. Traslado de signos. Prueba y error. Se trata de observar lo que queda, lo que deja el sol cuando se va; los residuos de algo que ya no está. Estos collages tienen la fragilidad de los recuerdos y la azarosidad (si es que esta palabra existe) de los sueños; la falta de reglas, la formulación aleatoria. A la vez, están construidos, guiados por la mano cuidadosa de María, que trabaja con estratos –recortes de papel albanene, para las sombras claras, traslúcidas; cartulina, cuando se busca intensidad. La sombra es al papel lo que la huella a la memoria. Tranquila y tropical. La pintura se hace afuera, del otro lado de la ventana.
Mecánica Celeste es tanto el título de esta exposición como de la gran instalación a muro. La mécanica celeste estudia los movimientos de los cuerpos celestes, en este caso los del sol. Pensamos en la mecánica por la serie de gestos, huellas, movimientos y fuerzas que continenen las cartulinas expuestas al sol. Finalmente, estos trazos quedan fijados gracias a esos desplazamientos estelares.
María Minera